Lectura compleja: Kant y Mouffe

 

Fragmentos Clave: Kant y Chantal Mouffe

Immanuel Kant – Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784)

Immanuel Kant, filósofo de la Ilustración, expone en este ensayo una visión teleológica de la historia humana: la naturaleza habría dispuesto un plan oculto para desarrollar plenamente las capacidades racionales del ser humano a lo largo de las generaciones. En la Segunda Tesis de su ensayo, Kant afirma que el desarrollo completo de la razón no se logra en un individuo aislado, sino en la especie humana en su conjunto. Es decir, necesitamos del progreso histórico de la humanidad entera para desplegar todo nuestro potencial racional. En palabras de Kant:

“En el hombre (como única criatura racional sobre la tierra) aquellas disposiciones naturales que tienden al uso de su razón sólo deben desarrollarse por completo en la especie, mas no en el individuo.”.

Esto significa que cada ser humano nace con facultades (como la razón, el lenguaje, la sociabilidad) que no alcanzan su plenitud en una sola vida, debido al tiempo limitado y a que aprendemos gradualmente. Kant sostiene que la Naturaleza compensa esta limitación mediante la sucesión de muchas generaciones: cada generación contribuye un poco al avance de las capacidades humanas. Solo colectivamente la especie puede alcanzar el destino que su naturaleza racional le promete. Así, por ejemplo, ningún individuo podría descubrir por sí solo todo el saber o todas las artes; es a través de la historia compartida que acumulamos conocimientos, leyes y cultura. Kant incluso señala que, si no aceptáramos esta idea de un desarrollo progresivo en la especie, tendríamos que pensar que la Naturaleza fue “juguetona” o irrazonable al darnos talentos que nunca llegarían a usarse.

¿Por qué ocurre esto? Kant explica que la razón no actúa por instinto, sino que requiere experiencia, ensayo y error, educación y progreso paulatino. Dado que nuestra vida individual es breve para tanto aprendizaje, la naturaleza “ha precisado una serie –acaso interminable– de generaciones” para desarrollar los “gérmenes” racionales de la humanidad hasta su plena realización. En resumen, la especie humana es un proyecto en marcha: cada generación hereda lo logrado por las anteriores (conocimientos, avances morales, instituciones) y puede añadir mejoras para las siguientes.

Un concepto central que introduce Kant es el de “insociable sociabilidad” (en la Cuarta Tesis). Con esta expresión paradójica, se refiere a la doble tendencia de nuestra naturaleza: por un lado, necesitamos vivir en sociedad (somos sociables), pero por otro lado chocamos con los demás por egoísmo, ambición o deseo de reconocimiento (somos insociables). Esta tensión entre cooperación y conflicto impulsa el progreso. Kant señala que si todos viviéramos aislados o en armonía perfecta “como ovejas”, nuestros talentos permanecerían dormidos y no habría progreso. Pero, gracias a la competitividad, la rivalidad y hasta la “envidia” –que en sí son vicios poco amables–, los seres humanos nos vemos empujados a desarrollar ingenio, a trabajar y a crear instituciones para regular nuestra conviv. Es decir, la naturaleza utiliza el conflicto (nuestro carácter “insociable”) para lograr la cultura, la sociedad y eventualmente la moralidad (nuestro destino sociable más elevado). En palabras de Kant: “El hombre quiere concordia, pero la Naturaleza sabe mejor lo que le conviene a su especie y quiere discordia.”. Agradecemos, dice irónicamente, a esas pasiones insociables porque despiertan todas nuestras fuerzas y nos obligan a superar la pereza, impulsándonos a progresar.

Ahora bien, todo este desarrollo natural de las capacidades humanas apunta hacia un objetivo político-moral. Kant sostiene que la razón humana nos impulsa finalmente a establecer una sociedad civil justa. En la Octava Tesis, plantea que podemos interpretar la historia entera de la humanidad como la realización de un plan de la Naturaleza para lograr “una perfecta constitución estatal” de carácter cosmopolita. Antes de llegar a esa visión global, Kant se ocupa primero del problema de fundar un Estado civil con leyes justas dentro de cada sociedad. Él lo expresa como el mayor y más difícil problema que la especie humana debe resolver:

“El problema más difícil para el género humano […] es el siguiente: que una sociedad pueda ser establecida de tal modo que, aun cuando sus miembros tiendan unos contra otros —como sucede con los individuos racionales que tienen intereses particulares—, sin embargo puedan vivir juntos de acuerdo con una ley pública, de manera tal que se asegure la libertad de cada uno.”

En otros términos, ¿cómo lograr que personas libres (cada cual buscando sus propios intereses y a veces en conflicto) puedan convivir bajo leyes comunes que garanticen la libertad de todos por igual? Kant arguye que para eso el ser humano, en cuanto sujeto político racional, debe crear instituciones públicas basadas en leyes universales. Es decir, leyes válidas para todos, que limiten los abusos y permitan que la libertad de cada uno coexista con la libertad de los demás bajo normas comunes. Este es el fundamento de la república basada en el derecho: un orden político donde nadie puede imponer arbitrariamente su voluntad sobre otro, sino que todos obedecen únicamente a leyes a las que racionalmente han consentido.

Kant reconoce que establecer un Estado civil libre y justo no es tarea fácil; de hecho, piensa que la humanidad llegará a ello tras un largo proceso histórico, “el último problema que resolverá”. Pero confía en que la dinámica de la historia –esa “insociable sociabilidad” que provoca guerras y alianzas– terminará obligando a la humanidad a crear tanto constituciones republicanas internas en los países, como una federación cosmopolita entre naciones para evitar la guerra. El fin último sería una “ciudadanía mundial o cosmopolita”, un orden civil global donde puedan desarrollarse plenamente todas las disposiciones de la especie humana. Ese estado cosmopolita garantizaría la paz y la libertad de cada individuo mediante leyes universales compartidas.

En síntesis, para Kant el ser humano es un sujeto político racional destinado a vivir en sociedad bajo leyes comunes. La razón nos impulsa a salir del estado “salvaje” de conflictos constantes y fundar un orden jurídico universal que haga posible la libertad de todos. Aunque estamos llenos de inclinaciones egoístas que nos enfrentan, esas mismas tensiones nos fuerzan a crear instituciones justas –desde gobiernos hasta acuerdos internacionales– para poder convivir. Kant nos deja así una visión optimista: las luchas y esfuerzos de generaciones enteras no serían en vano, sino que conducirían (muy gradualmente) hacia un orden cosmopolita donde la libertad, la moralidad y la paz reinen conforme a la razón.

Idea central recapitulada: Según Kant, el ser humano, único animal racional, solo puede desplegar totalmente su razón en la especie a lo largo de la historia. La naturaleza nos empuja mediante nuestros conflictos a progresar cultural y socialmente. El gran objetivo político de ese progreso es constituir una sociedad civil regida por leyes universales que garanticen la libertad de cada persona en convivencia con la libertad de los demás. En última instancia, la historia humana tendría como horizonte la formación de una comunidad cosmopolita –un orden jurídico mundial– que asegure la paz y la libertad a toda la humanidad.


Chantal Mouffe – “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” (1993)

Chantal Mouffe, teórica política contemporánea, ofrece una perspectiva muy distinta a la ilustrada de Kant. Es una filósofa posmarxista y antiesencialista, lo que significa que critica las ideas de un sujeto humano universal y de una armonía social final. En su ensayo “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”, Mouffe argumenta que no existe un sujeto político universal ni una identidad esencial única (por ejemplo, “el hombre” o “la mujer” entendidos como categorías homogéneas). En lugar de ello, cada individuo está atravesado por múltiples posiciones de sujeto e identificaciones diversas: clase social, género, etnia, nación, sexualidad, etc. Estas diferentes identidades no se reducen a una sola esencia, sino que se combinan de manera contingente (no necesaria) y muchas veces contradictoria en cada persona.

Mouffe señala que en la tradición política moderna se imaginaba al ciudadano como un agente racional, coherente y transparente a sí mismo –un sujeto unitario–, pero diversas corrientes (desde el psicoanálisis hasta la filosofía post-estructuralista) han desmontado esa idea. En realidad, el sujeto está dividido y construido mediante discursos e interacciones sociales. No somos uno, sino muchos, nunca totalmente fijados en una identidad cerrada. Por eso, Mouffe afirma que es “imposible hablar del agente social como si estuviéramos lidiando con una entidad unificada, homogénea”. Dicho de otro modo, no hay un sujeto universal neutro del que partan la política o el feminismo; en cambio, debemos entender a los sujetos como resultado de múltiples formas de identificación que están siempre en proceso de reconfiguración.

Esta visión tiene consecuencias para la política y, específicamente, para la democracia. Si las sociedades están compuestas por sujetos diversos y plurales, entonces la política no puede ser la eliminación de las diferencias ni la búsqueda de una unidad total. Mouffe critica las teorías democráticas liberales que idealizan el consenso absoluto y la desaparición del conflicto. En su opinión, esas teorías caen en la “utopía liberal” de suponer que el “desacuerdo legítimo” puede ser erradicado de la esfera pública. Autores como John Rawls, por ejemplo, imaginaron una sociedad bien ordenada donde, tras suficientes deliberaciones racionales, todos concordaríamos en los principios de justicia. Mouffe considera que esa es una ilusión peligrosa, porque pasar por alto el conflicto sofoca la democracia. Ella subraya que siempre habrá diferencias de valores e intereses en una sociedad libre, y pretender una reconciliación total de las diferencias equivale, en la práctica, a imponer la hegemonía de un grupo sobre otros silenciando las voces disidentes.

Para Mouffe, lo propio de “lo político” es precisamente la existencia de conflictos agonísticos –es decir, enfrentamientos de posiciones incompatibles dentro de un marco democrático donde los adversarios se reconocen mutuamente. La esencia de la política democrática no es alcanzar una armonía sin fisuras, sino gestionar el enfrentamiento de manera legítima. Por eso, la democracia debe abrir espacio al conflicto en lugar de suprimirlo. O como señala un análisis coincidente con Mouffe: “La democracia no debería buscar erradicar el conflicto, por el contrario debe alentarlo”, siempre y cuando el antagonismo no degenere en violencia física. En una democracia pluralista, distintos grupos y proyectos –que representan visiones del bien comunes diferentes– pugnan entre sí, debatiendo y disputando hegemonía (influencia dominante). Esta confrontación nunca tiene un punto final, porque ninguna sociedad puede eliminar por completo las fuentes de desacuerdo legítimo. Más bien, la vitalidad democrática depende de que esas diferencias encuentren cauce institucional: partidos, movimientos sociales, debates públicos, etc., donde se puedan enfrentar pacíficamente.

Mouffe acuña el término “política agonista” para describir un orden democrático que acepta el carácter conflictual de la sociedad. Los actores en democracia deben verse no como enemigos a aniquilar (como en una guerra civil), sino como adversarios legítimos: rivales que comparten un compromiso común con los valores democráticos (la libertad, la igualdad, los derechos), pero que discrepan profundamente sobre cómo interpretarlos o realizarlos. En una democracia agonista sana, en lugar de suprimir esas disputas bajo un falso consenso, se las mantiene abiertas y se las canaliza por medios deliberativos e institucionales. Así, por ejemplo, en lugar de aspirar a una unanimidad que borre las distinciones de ideología, una democracia radical reconocerá que siempre habrá (y debe haber) izquierdas y derechas, visiones progresistas y visiones conservadoras, feminismo y contraargumentos, etc., en tensión constante. Lo importante es que ese conflicto sea productivo: que de la confrontación surjan nuevas ideas, cambios sociales y ampliación de derechos, sin aniquilar al oponente.

En el contexto específico del feminismo (tema de su ensayo), Mouffe aplica estas ideas para criticar tanto el esencialismo (la idea de “la Mujer” con identidad fija) como cierta visión liberal de la ciudadanía. Argumenta que el feminismo democrático debe aceptar la pluralidad: no existe “la” mujer universal, sino mujeres diversas atravesadas por raza, clase, sexualidad, etc., cuyas experiencias varían. La política feminista, por tanto, no busca una unidad total de las mujeres, sino más bien forjar solidaridades contingentes entre diferentes grupos oprimidos. Es una “coalición de diferencias” que se unen contra formas comunes de subordinación (sexismo, racismo, homofobia, colonialismo, etc.). Esta coalición nunca es definitiva ni cerrada, va cambiando según el contexto. Mouffe sostiene que la lucha democrática radical consiste en articular esas múltiples demandas de justicia (de mujeres, trabajadores, minorías) sin borrar sus particularidades. La meta no es reconciliar todas las diferencias en una identidad única, sino construir un espacio político donde diferentes grupos puedan disputar el poder y lograr reconocimiento y derechos sin eliminar la diversidad.

Idea central recapitulada: Para Chantal Mouffe, el sujeto político no es uno solo ni tiene una esencia universal: está conformado por múltiples identidades en constante transformación. En consecuencia, la política democrática no debe aspirar a la abolición de los conflictos ni a una unanimidad total, sino a instituir formas de disenso respetuoso. La democracia, en una visión radical, valora el conflicto como condición para el cambio social y la libertad: crea un campo donde distintas posiciones ideológicas pueden confrontarse legítimamente sin que ese desacuerdo sea visto como una falla, sino como la expresión natural de una sociedad plural. En suma, una democracia madura no suprime el desacuerdo, sino que lo organiza, permitiendo que las diferencias se debatan abiertamente y evitando que se conviertan en violencia. En palabras de Mouffe, la fortaleza de la democracia está en dejar “espacio a la confrontación agonística” –reconocer al adversario y batallar políticamente contra sus proyectos– en lugar de soñar con una reconciliación final de todas las diferencias.


En conclusión, tanto Kant como Mouffe reflexionan sobre la vida en común de los seres humanos, pero desde perspectivas muy distintas. Kant, escribiendo en el siglo XVIII, confía en la razón universal y vislumbra un horizonte de armonía legal cosmopolita donde la libertad de todos esté asegurada por instituciones comunes. Mouffe, desde fines del siglo XX, enfatiza la permanencia del pluralismo y el conflicto: no hay sujeto universal ni consenso final, sino una democracia concebida como un diálogo interminable entre diferencias. A los estudiantes de enseñanza media, estas ideas ofrecen un contraste valioso: por un lado, la aspiración ilustrada a la ley universal y la ciudadanía global, y por otro, la insistencia contemporánea en la diferencia, la diversidad de identidades y el debate permanente como corazón de la política. Ambas visiones nos invitan a pensar cómo construir instituciones justas: ya sea buscando principios racionales comunes para toda la humanidad (Kant) o asegurando que las voces y conflictos de los diversos grupos tengan cabida en el proceso democrático (Mouffe). El desafío ciudadano actual puede muy bien consistir en articular algo de estas dos intuiciones: crear un marco común de derechos y libertades universales, sí, pero que esté abierto a la multiplicidad y al debate constante que caracterizan a las sociedades libres.

Fuentes utilizadas:

  • Immanuel Kant, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784), Tesis 2 y 4studocu.comstudocu.com.

  • Immanuel Kant, Ideen zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, trad. cast. de Concha Roldán y R. R. Aramayoscielo.clfuhem.es.

  • Chantal Mouffe, The Democratic Paradox (2000) / El retorno de lo político (ed. 1999)academia.edu.

  • Chantal Mouffe, “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” (Debate Feminista, 1993)debatefeminista.cieg.unam.mx.

  • José Estrada, “El conflicto en democracia: la comprensión como principio de la política”, ponencia GIGAPP (2017)gigapp.org (resumiendo las ideas de Mouffe sobre conflicto democrático).

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